En principio, las elecciones presidenciales norteamericanas a tener lugar el 5 de noviembre de este año parecían como una especie de revancha de la que había tenido lugar cuatro años atrás, en el 2020, entre el entonces presidente Donald Trump y el actual primer mandatario de la nación, Joe Biden.
Muchos potenciales votantes habrían deseado otras opciones electorales. De hecho, la mayoría consideraba que ninguno de los dos aspirantes a continuar o retomar la Casa Blanca, se encontraba a la altura de las expectativas nacionales.
Por consiguiente, desde temprano en el actual ciclo electoral norteamericano, hubo voces, tanto del lado republicano, como de los demócratas, que consideraban que ambos candidatos deberían ser reemplazados.
En el Partido Demócrata, empero, nadie tuvo la osadía de desafiar públicamente las aspiraciones reeleccionistas del presidente Biden. Tampoco dentro del Partido Republicano, donde Donald Trump se había convertido en la figura dominante. Así, parecía que el electorado estaba condenado a tener que aceptar la opción electoral que se ofrecía.
Trump al banquillo
La candidatura de Donald Trump era tan segura que ni siquiera se preocupó por comparecer a los debates de los precandidatos republicanos. Predominaba el temor de que no apoyarle implicaría el ostracismo político para los aspirantes republicanos a senadores y representantes de los distintos estados de la Unión Americana.
No obstante, un serio obstáculo empezaba a erigirse en sus aspiraciones. Surgían las investigaciones judiciales. Se hurgaba sobre lo acontecido el 6 de enero de 2021, con el asalto al Capitolio. Se instruía un juicio en el estado de Georgia por interferencia en el proceso electoral.
Se le investigaba por haberse apropiado indebidamente de documentos clasificados pertenecientes al Estado norteamericano; de falsa declaración sobre transacciones comerciales y de impuestos; y hasta de pagos con fondos de campaña a una actriz pornográfica.
Donald Trump fue condenado por 34 cargos criminales, así como al pago de fianza para poder obtener su libertad provisional. En fin, un asedio judicial que parecía eliminarle de la carrera presidencial.
Entonces, de manera sorpresiva, fue salvado del naufragio total, por una sentencia de la Suprema Corte de Justicia, que establecía inmunidad de aquellos casos en que el imputado actuaba de manera oficial en el ejercicio de sus funciones.
Salvado del acorralamiento judicial, ocurrió la tragedia. Encontrándose en medio de una concentración multitudinaria en Butler, Pennsylvania, fue víctima de un atentado criminal. Salvó la vida milagrosamente, del hecho perpetrado por un joven de escasamente 21 años de edad que se apostó en el techo de una edificación cercana.
La directora del Servicio Secreto de Estados Unidos, Kimberly Cheatle, en declaración ante el congreso de su país, dijo que el atentado a Trump representó la más grave negligencia de seguridad en décadas, lo que le obligó a presentar su renuncia al cargo.
Posteriormente, cinco otros agentes del Servicio Secreto han sido separados de sus funciones, al tiempo que continúan las investigaciones, rodeando el episodio de interrogantes e incertidumbre.
De Biden a Kamala
En el proceso electoral con miras a los comicios del 5 de noviembre, Joe Biden aparecía en todas las encuestas, entre 5 y 6 puntos porcentuales, por debajo de Trump. Debido a eso, como parte de una estrategia, desafió a su adversario republicano a un debate anticipado.
En distintos escenarios, al presidente Biden se le veía desorientado y en deterioro de sus facultades cognitivas. El debate sería la ocasión para demostrar lo contrario. No ocurrió así: resultó una catástrofe.
A pesar de que en principio se resistía a ceder la candidatura a otro miembro de su partido, las presiones internas y de la opinión pública nacional, se colocaron por encima de su orgullo, hasta hacerlo ceder la nominación presidencial en favor de su vicepresidenta, Kamala Harris.
El solo hecho de haber pasado la antorcha a la segunda en mando, provocó un cambio radical de actitud en el Partido Demócrata y en diversos segmentos del electorado estadounidense. Se hablaba de que Kamala Harris se había convertido, de repente, en un fenómeno político, con el momentum a su lado y con capacidad para generar entusiasmo, optimismo y esperanza.
Desde el punto de vista político, sin embargo, todavía era una desconocida para el gran público norteamericano. Quedaba la interrogante de saber si estaba lo suficientemente preparada para asumir la función de Jefa de Estado, así como para enfrentarse en un duelo verbal contra un hombre de una personalidad compleja y de estilo particular como Donald Trump.
Lo logró. Conforme a la generalidad de los sondeos, le asestó un rudo golpe a su adversario republicano. Su imagen emergió fortalecida y Trump hasta renunció a un segundo debate frente a ella.
Ahora, los sondeos de opinión indican que, aunque por escaso margen, se encuentra por encima del candidato republicano. En el voto directo, ganaría ampliamente. De lo que se trata es de triunfar en seis estados clave para obtener los 270 colegios electorales que se necesitan para ser coronada como vencedora.
¿Será Kamala Harris la última y definitiva barrera al regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, para de esa manera convertirse en la primera mujer en dirigir los destinos de la nación más poderosa del mundo?
Frente a eso, el pueblo norteamericano tendrá la última palabra.