Una espectacular e innovadora serie de televisión transformó a Miami hace exactamente 40 años. La serie policíaca, llamada Miami Vice, estrenó su primer episodio el 16 de septiembre de 1984.
Miami Vice marcó un cambio radical en el concepto del cine policíaco. Las historias, repletas de acción, eran narradas con una combinación de efectos visuales muy llamativos, en los que predominaban los colores claros bajo el sol del trópico, automóviles de lujo, mujeres de belleza despampanante, hombres vestidos a la última moda, y la mejor música de los años 80, con intérpretes de renombre como Sheena Easton, Phil Collins, Glenn Frey, Cyndi Lauper y muchos otros. El productor ejecutivo fue Michael Mann.
Los protagonistas de la serie eran dos detectives de la policía local, Sonny Crockett y Ricardo Tubbs (interpretados por Don Johnson y Philip Michael Thomas). Ambos trabajaban como agentes encubiertos, bajo la dirección del teniente Martín Castillo, encarnado por Edward James Olmos, en la batalla perenne contra los narcos que infestaban el Sur de la Florida. Las investigadoras Trudy Joplin (interpretada por Olivia Brown) y Gina Calabrese (Saundra Santiago) apoyaban a Crockett y Tubbs en su cruzada contra el crimen y la corrupción en Miami.
La serie de la cadena NBC ganó cuatro premios Emmy y concluyó el 28 de junio de 1989, aunque se emitió un episodio adicional en USA Network en enero de 1990. En 2006, se estrenó una película basada en la serie, con el mismo nombre, protagonizada por Colin Farrell y Jamie Foxx, y dirigida por Michael Mann, en la que el actor gallego Luis Tosar interpreta al narcotraficante Arcángel de Jesús Montoya.
Miami Vice tuvo un éxito inmenso desde sus inicios y marcó una época. Muchos episodios se rodaron en South Beach, un área hoy muy turística y muy cara, que en esa época languidecía en la decadencia y estaba plagada por el crimen, las drogas y la prostitución. Conozco bien esa realidad de Miami en los años 80 porque fue el momento en que llegué a la ciudad para trabajar como periodista en el diario El Nuevo Herald. Esa labor me dio el material para mi novela El Ocaso, publicada este año por Mundiediciones. La novela tiene un vínculo estrecho con Miami Vice porque relata la transformación de la urbe playera en un emporio cosmopolita de opulencia, una opulencia que en no pocos casos se ha conseguido mediante el delito. Fernando Estrada, el protagonista de El Ocaso, no es un policía como Sonny Crockett, sino un detective privado, pero ambos asumen la misión de combatir el crimen, movidos por sus principios y sus circunstancias particulares, y jamás cejan en su empeño.
Miami Vice renovó la imagen de South Beach, puso en el mapa internacional su espectacular arquitectura art deco y sus playas, fomentó la inversión en el área, e incentivó la llegada de muchos residentes nuevos, que se habían enamorado de Miami viendo la serie, entre ellos el que esto escribe.
La ciudad cobró nueva vida, aunque el costo fue desolador para los jubilados del norte que esperaban pasar sus últimos años junto al mar, en los hoteles de Ocean Drive que hoy son sitios de lujo, y que tuvieron que irse al catapultarse los alquileres residenciales.
Cuando se estrenó Miami Vice, yo vivía en Nueva York, y enseguida me atrajo el ambiente atractivo y colorido de los episodios, en contraste con los fríos inviernos de la Gran Manzana. En el verano (en invierno era imposible, desde luego) muchos jóvenes de Nueva York nos vestíamos copiando el estilo de Sonny Crockett: chaquetas italianas de colores pastel, camisetas, pantalones blancos, mocasines sin medias. Más adelante, El Nuevo Herald me hizo una oferta de trabajo y aunque la primera vez la rechacé, porque yo amo a Nueva York, la segunda vez acepté, movido por consideraciones familiares, pero también por la fascinación de la serie, lo confieso.
Narro mi llegada a Miami en un relato, Dos coladas para Sonny Crockett, recogido en la antología Miami (Un)plugged, de Suburbano Ediciones. Al llegar a Miami tras un agotador viaje en mi automóvil desde Nueva York, me detuve en el barrio conocido como la Pequeña Habana. Estaba tan cansado que me tomé dos coladas de café cubano, es decir, café expreso, para asombro de la camarera que me atendió y que me reconoció un año después, cuando volví a la misma cafetería. “¿Usted fue el que se tomó dos coladas seguidas aquí hace un año?”, me preguntó la camarera.
Me sentía como en un sueño hecho realidad, y empecé a conocer la ciudad visitando los lugares que había visto en la serie: el hotel Fountainebleau, con un enorme y bellísimo mural de la playa; los clubes de South Beach; las calles de la Pequeña Habana; la calzada MacArthur, sobre la bahía de Biscayne, desde donde se ven los cruceros que parten hacia el Caribe.