Ya tiene cumplida la mitad de su condena de 30 años, y en este tiempo mucho ha cambiado en su vida y en su entorno.
Cuando Eumil Rosario era niño quería ser arquitecto. Pero en 2001 su madre fue asesinada. Ocho años después, fue encarcelado por vengar su muerte y a los 22 fue enviado a la Penitenciaría Nacional La Victoria.
Ya tiene cumplida la mitad de su condena de 30 años, y en este tiempo mucho ha cambiado en su vida y en su entorno. La Victoria siempre ha sido un mal lugar, pero antes era peor, confiesa.
En su primer año estuvo envuelto en problemas y conflictos. Pero Dios llegó a su vida y comenzó a ponerla en orden.
“Me enamoré de la lectura, me enamoré de escribir”, explica Eumil, quien ahora tiene 36 años.
Dentro de la cárcel ha leído decenas de libros. Y, no solo eso, también terminó el bachillerato.
“No había terminado el bachillerato, todo lo hice aquí, yo tenía la mente direccionada hacia la delincuencia… Yo había ido a la escuela pero terminé el bachiller aquí completo”, describe, a lo que agrega que la dinámica en la escuela es “muy chula”.
Ahora está cursando dos licenciaturas al mismo tiempo: en Derecho y en Teología, en la Universidad Abierta para Adultos (UAPA) y en la Universidad Teológica Shalom, respectivamente. Aunque admite que con la última consiguió una beca, pero con la nacional es cada vez más complicado estudiar debido a que debe conseguir 11,500 pesos cada trimestre para costear la matrícula, mientras su familia le ha dado apoyo financiero en ese aspecto.
Dentro de la cárcel también ha escrito libros, todos a mano, y con apoyo de más personas logró publicar.
Su primer libro es “Rompiendo estructuras mentales”, que está a la venta en Amazon y entre las estanterías de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña. En este mezcla la psicología con la teología.
Su segundo fue publicado en abril de este año y se llama “Eumil, Libertad entre Rejas”, en el que hace “una profunda reflexión sobre la dinámica familiar y la influencia de la sociedad en la formación de la identidad”. Este libro será presentado en la Feria del Libro más grande del mundo, realizada del 16 al 20 de octubre, en la ciudad de Frankfurt, Alemania.
Eumil dijo que para hacer estos trámites, contactó por internet a los organizadores de la feria, quienes le permitieron que su libro sea exhibido.
También coleccionaba decenas de libros, que según explica perdió en su mayoría durante el incendio que afectó el penal en marzo de este año.
“Tenía algo (un negocio) donde yo me sustentaba y también pagaba la universidad, pero con el fuego reciente, hace unos meses, se me quemó un colmado, todos mis libros se me quemaron, que fue lo que más me dolió, aparte de las vidas humanas de personas que conocía”, dice.
Pero su consuelo es que en la penitenciaría hay una “biblioteca preciosa con muchos libros… Sí necesitamos la actualización de muchos de esos libros, pero hay mucha riqueza”, enfatiza.
Eumil está esperando su libertad condicional. Ha hecho más de 50 cursos técnicos, desde informática hasta criminología. Aunque su favorito ha sido el de “Cultura de Paz”.
Sus primeros planes al salir de la cárcel son ir a un pica pollo chino a comer Chop Suey que, cuando estaba libre, visitaba con regularidad, en la avenida México, del Distrito Nacional.
“Después de ahí tenemos planes de seguir estudiando, tenemos propuestas de trabajo, tengo un media tour con mi libro y vivir, tener una familia, hijos, casarme, un proyecto de vida”, indica.
Anécdotas tras su entrada en La Victoria
En los primeros años de su estadía vio cosas que nunca había vivido.
Cuenta que durante la primera semana de haber entrado en La Victoria, alguien le advirtió que en las duchas colocaban jabones con navajas de afeitar, para hacerles daño a los internos.
“De repente, cuando voy a bañarme, uno de los que están ahí me dice, cuidado que tú eres preso nuevo, no tomes ninguno de los jabones que hay aquí. Yo no sabía por qué, además tenía mi jabón… Y era que en ese tiempo aquí, que yo lo llegué a presenciar, ponían dentro del jabón una cuchilla de afeitar desechable, y les quedaba el cuerpo y la cara desfigurada”, indica.
Ahora dice que la cárcel está más tranquila.
Una lección de vida
Alberto, a quien le llamaremos de esa forma para proteger su identidad, es uno de los propulsores para que se desarrolle la educación en la Penitenciaría Nacional de La Victoria.
Tiene nueve años y nueve meses encarcelado. Pero no fue hasta 2020 cuando, durante la pandemia, se motivó a hacer estudios superiores. Le pidió a su esposa que fuera a la UAPA a que lo inscribiera en la licenciatura en Derecho. Pero no pudo hacerlo en ese momento por falta de permisos.
En ese momento, al igual que él, había 105 privados de libertad con la ilusión de inscribirse en la UAPA. No fue hasta dos años después, en 2022, cuando pudo iniciar formalmente sus estudios.
Para Alberto, estudiar Derecho, es una lección de vida, sobre todo al pasar por “engaños de abogados” y “mucho dolor”, por el hecho de no tener una profesión.
Cuenta que conoce compañeros que han iniciado su estadía en prisión sin saber escribir ni leer, pero con el tiempo aprenden y llegan hasta la universidad.
Aunque se siente agradecido por la oportunidad de estudiar, confiesa que es complicado aprender sobre el Derecho, desde una modalidad virtual, que es la única que puede tomar por el momento.
Considera que uno de sus mayores desafíos es que no tiene acceso a un tribunal, o que les visiten abogados para enseñarle esos trucos que vienen con esta carrera.
“Esa carrera mayormente hay que estar ahí viendo los casos que pasan día a día, uno tiene experiencia porque va viendo los casos que le pasan a uno… Con los casos nosotros practicamos entre nosotros, y uno le pregunta a los demás internos que tienen problemas, y uno los va a asesorando”, explica.
Muchos se han rendido en el camino, porque, según añade, tienen que pedirles dinero a sus familiares para que paguen sus estudios.
“Nos vendría bien que nos dieran becas o medias becas… Muchos se quedan (sin estudiar) porque es un trajín”, dice.
Alberto ha tomado más de 44 cursos técnicos del Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (Infotep), desde tapicería, electrónica, informática, entre otros.
Profesor de la vocacional
Desde 2019, Alberto es profesor de la Escuela Vocacional de las Fuerzas Armadas, en La Victoria. Allí imparte clases de invernaderos y hortalizas.
En la actualidad les imparte docencia a 13 internos, y dice que es común que tenga a su cargo un promedio de 30, cada seis meses. Aunque confiesa que en algunas ocasiones se le complica conseguirlos, porque algunos no quieren estudiar.
Alberto está en el octavo trimestre de Derecho, aún le faltan 16 para finalizar. Pero desde ya está seguro de que quiere seguir estudiando. Tiene la ilusión de cursar una maestría.
“Quiero hacer una maestría en Derecho Constitucional y seguir avanzando”, comenta Alberto, a quien le quedarían unos 21 años para culminar su condena de 30, de no recibir la libertad condicional.
Reinserción social
Juan, a quien llamaremos de esa forma para proteger su identidad, salió de la penitenciaría La Victoria en 2020. Estaba detenido por Asociación de Malhechores y a los ocho años le fue concedida la libertad condicional.
Meses antes de ser liberado, comenzó a tomar un curso de brillado de vehículos y aunque no lo terminó porque salió antes de finalizarlo, le ha sacado mucho provecho a los conocimientos adquiridos.
En la actualidad es dueño de una ferretería en Santo Domingo Oeste, donde también da servicios de pintura automotriz.
“El negocio mío es de pintura automotriz, cualquier pintura que le haga falta a cualquier vehículo que esté deteriorado, se le prepara la pintura para cualquier detallito que tenga, vendo todo lo que se usa para un vehículo que tenga problemas de pintura”, indica.
Además, gracias a cursos técnicos que realizó en el penal, aprendió a hacer jabones, detergentes y cloro, que fueron muy útiles durante la pandemia; y también tiene un negocio de productos de brillado, con el que incluso logró sacar su propia línea de esta mercancía.
“A uno le cambia la vida de un momento a otro, la mente que yo tengo ahora, hace algunos años atrás, antes de tener a mi hija pensaba en seguir en la calle, pero ahora como que la vida me fue cambiando”, explica Juan.
El penal
La Penitenciaría La Victoria es una de las cárceles más antiguas del país. De acuerdo con el Informe de las Condiciones de Detención y de Prisión de 2023, había al menos 7,093 personas privadas de libertad, de los cuales 3,392 eran presos preventivos.
La Victoria tiene un centro educativo con clases básicas de lunes a viernes de 8:00 de la mañana a 12:00 de la noche. La escuela está en la iglesia católica principal de la prisión.
También tiene una escuela vocacional de las Fuerzas Armadas donde impartían, hasta el año pasado, 23 acciones formativas en tapicería, sastrería, barbería, contabilidad, inglés, pintura y ebanistería, entre otros.
Entre 2022 y 2024, un total de 493 privados de libertad de La Victoria cursaron estudios en educación básica; 312 en educación secundaria y 12 en superior. Asimismo, 389 estudiaron cursos técnicos con el Infotep.
En el mismo periodo, se graduaron cinco internos de varias carreras universitarias y dos de posgrados.
En la actualidad, hay 128 reclusos inscritos en licenciaturas como Administración de Empresas y Mercadotecnia, de universidades como la UAPA, la Universidad del Caribe y la UASD, de acuerdo con datos solicitados a la Dirección General de Servicios Penitenciarios y Correccionales.