Leodora Payano revive el drama que enfrentó cada vez que anuncian el paso de un ciclón en el país.
Hace 45 años que el huracán David causó el mayor desastre natural de los últimos 100 años en República Dominicana, y el trauma aún vive en la memoria de muchos sobrevivientes, por el impacto social, familiar y económico.
“Ese ciclón yo no lo he podido superar jamás. Fue un tiempo tan doloroso que me marcó para siempre” relata Leodora Payano.
Ella revive esa escena cada vez que anuncian la amenaza de un huracán, sobre todo porque le tocó dejar abandonada a una anciana, desprender a una bebé de unos alambres de púas para salvarla y cubrir a la suya como “las gallinas a los pollitos”.
Leodora tenía 16 años, dos hijos y vivía entre los cafetales de las montañas de Cambita, en San Cristóbal, en la comunidad Humachón, colindante con Mucha Agua, convertida hoy en una zona de grandes producciones de aguacate.
Ese viernes 31 de agosto, escuchaban que pasaría un huracán (en la radio de batería), pero no entendían de la magnitud del fenómeno atmosférico que entró por Punta Palenque y causó miles de muertes, sobre todo en las provincias Peravia y San Cristóbal.
Su esposo Tomás se levantó temprano y fue al mercado de Cambita a comprar alimentos. Lo hacia todos los martes y los viernes, y al regresar le dijo que cocinaran temprano, a ella y a Pancha, su cuñada, para cuando comiencen las lluvias tener todo listo.
“Le metimos fuego a los fogones y cocinamos. Cuando apretó la lluvia y la brisa era muy fuerte, entramos en pánico, porque solo estaban la casa de la vieja Carmita (su suegra) y la de nosotros”, recuerda.
Salen en pleno huracán
Por la vulnerabilidad de su vivienda, techada de yaguas, Tomás les pidió que se fueran a casa de Rosa, la abuela de Leodora, que tenía zinc, pero había que subir una loma y bajarla, travesía en la que casi pierden la vida. Del otro lado del río vivían más familiares, pero la crecida impedía el paso.
“¡Ay Dios mío este dolor no lo supero!”, tras la pausa luego de expresar ese clamor, sigue narrando que salieron con las dos bebés en brazos, junto a la “vieja Carmita” y Tomás arreció la marcha con el niño.
Los vientos de 250 kilómetros por hora del huracán David, categoría 5 en escala de Saffir-Simpson, acompañado de las lluvias, impedían la visibilidad. Las frágiles adolescentes paridas, luchaban para llegar, pero tres eventos las sorprendieron en el trayecto.
El viento le arrebató de los brazos la bebé a Pancha, pero Leodora sabía que había una empalizada cerca, pues eran unos terrenos de su abuelo.
“Jalé a la niña como un trapo, porque parecía que estaba muerta, y seguimos”, cuenta, tras precisar que más adelante una hoja de zinc golpeó a la vieja Carmita y la tiró en una cañada, y un ramo tiró al suelo a Leodora, por lo que su hija también se le cayó.
“La bebé cayó en un charco y así por instinto de madre, comencé a pasar la mano alrededor y la agarré por la cabeza. Sin poder abrir los ojos, la arrastré y me la puse debajo como la gallina con los pollitos” y Tomás iba distante, “estaba más asustado que yo”.
Cuando llegaron a lo más alto de la loma, se deslizaron a la llanura con las bebés cargadas, una moribunda, y lograron llegar a casa de Rosa, pero el ciclón la había derrumbado. Se cobijaron en otra casita que había al lado, y estaba llena de gente.
La niña de Pancha sobrevivió y la de Leodora falleció meses después.
A pesar de su valentía a su corta edad, hoy con 61 años, Leodora siente culpa, por desprender a la hija de Pancha de los alambres, pensando que estaba muerta.
“La niña de Pacha estaba casi con el mondongo afuera, solo una telita por encima de los intestinos que por eso no se le salió. No paraba de llorar y la gente apenada. Yo me siento culpable de haber halado a la niña así, porque pensé que estaba muerta, como un trapo. Yo no he podido olvidar eso jamás, yo me quedé frustrada”, dice apenada.
Otra cosa que la hizo llorar mucho, fue haber dejado a la vieja Carmita tirada en la cañada, pues con las bebés no podían hacer nada, mientras el viento las arrastraba.
Lloraba, ¡ay Dios mío, dejamos la vieja ( Carmita)” y aunque fue rescatada por Bolo (su suegro), y se salvó, es una culpa que no supera.
Meses después muere la hija de Leodora por una diarrea que se propagó en el lugar y acabó con la vida de varios niños.
La escasez
La frustración de los que sobrevivieron al huracán David es también por haberlo perdido todo y padecer más tarde escasez de alimentos.
En esta comunidad donde la gente se abastecía con los productos que cultivaba e imperaba el trueque entre los vecinos, tuvieron largos meses de escasez.
Al otro día del huracán, salió un sol radiante, pudiendo ver la magnitud del desastre: todo el cafetal destruido, las matas de coco, los víveres y todo en el suelo. Quedaron sin nada.
“Esa es una película que el que no la vivió dice que le está poniendo demás. No, no le estamos poniendo demás. Esa fue una película vivida así”, exclama Leodora.
En los primeros días comían los rubros que tumbaron los vientos, pero se agotó. Recibían ayudan que les lanzaban en helicópteros. También regaron semillas de tomate, lechosa y ahuyama, desde lo alto.
Meses después, cuentan otras personas, preparaban lechosa verde guisada con tomate y, cuando la ahuyama estaba de cosecha era el plato fuerte.
“Yo creo que la necesidad más grande fue la del ciclón David, porque no quedó nada, ni víveres, aguacate, no quedó gallina, ni coco, ni ciguas, nada”, expresó.